miércoles, 22 de septiembre de 2010
Historia de un asesino
La "prisión domiciliaria" otorgada al policía Gustavo Prellezo, ejecutor de José Luis Cabezas, cierra el círculo de impunidad. En las calles o en sus casas, estos criminales son una amenaza para todos. Y profundizan una herida en la familia del fotógrafo, en quienes fuimos sus compañeros y en la sociedad toda. La historia de un delincuente peligroso y de cómo se movieron las fichas para el peor atentado contra la libertad de expresión desde el retorno democrático.
Por Gabriel Michi
Vestía uniforme. Se trasladaba con desparpajo por la Costa Atlántica. Tenía en su haber un rosario de delitos impunes, sin siquiera una acusación formal: falsificación y robo de documentos, protección de delincuentes, atentados contra la propiedad, entre otros. Pero ese 25 de enero de 1997 iba a cometer el peor de sus crímenes. Gustavo Daniel Prellezo tenía 35 años cuando desenrejó los dos disparon que mataron a José Luis Cabezas. Era oficial principal de la Policía Bonaerense y ganaba por ese entonces unos 900 pesos por mes (900 dólares en aquella época del 1 a 1).
Ese hombre fue quien se reunió a finales de 1996 con otro bastante distante en la pirámide de ingresos: el megaempresario Alfredo Yabrán. Antes habían tenido otros contactos, pero esa reunión -confirmada por los propios participantes-, llevada a cabo en las oficinas del magnate en Carlos Pellegrini al 1100, en pleno centro porteño, se iba a concretar un mes antes de la barbarie.
Yabrán y Prellezo se habían conocido en enero de 1995 cuando un equipo del Canal 8 de Mar del Plata se presentó a realizar una denuncia en la comisaria de Pinamar porque custodios del empresario los habían corrido a onderazos de la puerta de su casa veraniega "Narbay" -Yabrán al revés- cuando intentaban una nota. Fue después de un artículo de la revista Noticias que había descubierto la posada estival del acusado de ser -según Domingo Cavallo- el "jefe de una mafia enquistada en el poder", frase que había catapultado al ministro de Economía muy lejos del gobierno de Carlos Menem. Ese expediente de la agresión a los periodistas marplatense se conoció como “Causa Boyler”, por Claudio Boyler, uno de los custodios de Yabrán que quedó involucrado en el episodio.
En aquel encuentro original en la comisaría de Pinamar, Yabrán se presentó para tratar de minimizar los alcances de la agresión. Le dio su tarjeta personal a Prellezo y le dijo que cualquier cosa que necesite, lo llamase. El policía atesoró ese botín hasta su caída en desgracia: cuando en la mañana del 9 de abril de 1997 quedó detenido por el crimen de José Luis Cabezas, entre sus pertenencias estaba intacto ese presunto pase a ciertas mieles del poder.
Luego, con la causa judicial en curso y el sistema Excalibur cruzando datos, se comprobó en forma fehaciente los contactos que mantenía ese oficial de policía con uno de los hombres más influyentes de la Argentina.
La historia de Prellezo
El asesino de José Luis Cabezas nació en La Plata el 17 de febrero de 1962, apenas unos meses después que su víctima. Hizo el Servicio Militar Obligatorio y estudió para oficial en la Escuela Juan Vucetich.
En su trayectoria en la Policía Bonaerense tuvo distintos destinos: primero en Berisso, luego en la Agrupación Seguridad de la Gobernación -entre 1983 y 1988, durante la gestión de Alejandro Armendáriz y el inicio de la de Antonio Cafiero-. Más tarde, revistió servicios en el destacamento de Las Armas, Mar del Plata, Maipú y Chascomús. Hasta que, en 24 de noviembre de 1994, desembarcó como segundo jefe en la Comisaría de Pinamar, ya comandada por Alberto Pedro Gómez.
En noviembre de 1996, lo trasladaron a la Comisaría Segunda de Mar de Ajó. Desde allí organizó todo -a través de su amigo, el jefe del Destacamento de Valeria del Mar, Sergio Cammaratta- para que sus reclutados en el barrio de Los Hornos tuviesen donde parar hasta que llegase la orden del crimen.
Prellezo pagó el alquiler de 500 pesos para que "Los Horneros" -Horacio Braga, Sergio Gustavo González, Miguel Retana y José Luis Auge- se quedasen en el monoambiente del primer piso de la calle Granville 206, en Valeria del Mar. Además, les dejó 300 pesos y un Dodge 1500 celeste, modelo 1978, con chapa patente B1497603. Todo para que no les faltase nada a ese grupo de marginales que lo acompañarían en el secuestro y asesinato del fotógrafo de la revista Noticias.
El día del crimen no usaron ese auto porque se había descompuesto algunas jornadas antes en Cariló. Es más, su presencia sospechosa había alertado al jefe policial del lugar, Héctor Colo. Pero cuando ellos le dijeron que estaban de la mano de Prellezo, los dejó ir. También, en los días previos al crimen, otro policía se había sorprendido por el vínculo entre sus colegas y estos hombres: Cristian Pastore le había reclamado muy duro a Cammaratta cuando -seis días antes del asesinato de Cabezas- éste le pidió que le vaya a dar a "Los Horneros" un mensaje de Prellezo. Pastore le increpó: "Me mandaste a un aguantadero. Si caigo yo, caés vos".
Ya en sede judicial, esa declaración, sumada a otros indicios, hizo que -cuando apenas habían pasado 16 días del asesinato- a Prellezo lo declararan prescindible en una Policía Bonaerense convulsionada por el crimen y las sombras que se ceñían sobre ella. Era el 10 de febrero de 1997. Pero pasarían en total 74 días desde aquel 25 de enero hasta el 9 de abril en el que finalmente queda detenido en Dolores. Sin embargo, por aquel entonces los policías, la Justicia y el poder político se empecinaban por intentar involucrar a la denominada "Banda de Pepita La Pistolera", un chivo expiatorio que desviaba el foco de donde debería permanecer incandescente.
Después se supo que Prellezo, a comienzos de diciembre de 1996, le había pedido a su mujer policía Silvia Patricia Belawsky que le averiguara los antecedentes de José Luis Cabezas, fotógrafo de 35 años -como él-. A su vez, Belawsky se los pidió a la oficial María Martha Formigo, de la Dirección de Asuntos Judiciales de la Policía Bonaerense -que era su subalterna- y esta lo informó a la oficial María Cristina Ortiz, de la Dirección de Servicios Sociales de la misma fuerza. Todo eso quedó registrado. Poco le sirvió a Prellezo el curso de Inteligencia que había realizado en 1988 y que había aprobado con un promedio de 7,82.
Apenas 15 días después de esa pesquisa ilegal fallida, una fuente nuestra le dijo a José Luis: "gente de Yabrán estuvo intentado averiguar tu dirección en Buenos Aires". El rastreo fue en la Intendencia de Pinamar, comandada por Blas Altieri, amigo del empresario, proveedor de material de construcción para las obras en sus hoteles y el primero en salir a despegar a Yabrán del crimen de Cabezas.
Menos de 10 días después, en la víspera de la Navidad de 1996, ocurría la reunión de Yabrán y Prellezo en las oficinas del microcentro porteño.
A los datos sobre José Luis y sobre mi persona que recogió Prellezo antes del crimen, hay que sumarles los que le trasmitió otro oficial de la Comisaria de Pinamar, Aníbal Luna, quien había avisado sobre ciertos movimientos que realizábamos en nuestra cobertura periodística. Y quien sería el que le pasó la dirección de Cabezas en Pinamar, lugar desde donde fue secuestrado por Prellezo y Los Horneros. Prellezo, Cammaratta y Luna se llamaban entre sí "primos", por el grado de afinidad que tenían.
Camino a prisión
En la fría mañana del miércoles 9 de abril de 1997 Gustavo Prellezo cruzó la puerta de los tribunales de Dolores. Esta vez, no llevaba los papeles de las denuncias que se presentaban en la Comisaría de Pinamar, como lo había hecho tantas veces al ser el oficial instructor en ese destacamento. En esta ocasión iba a quedar detenido. Una vez frente al juez José Luis Macchi, al que conocía de esos trámites, se le leyeron sus derechos.
Días antes, el viernes 4 de abril, el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, le había presentado al juez elementos "muy importantes" para la causa. Según se pudo saber posteriormente, se trataba de la declaración de un "arrepentido" -un puntero político del PJ de Los Hornos- que se había acercado a él tras oír la confesión de uno de "Los Horneros" que se había jactado del crimen. Dos de estos delincuentes eran barrabravas de Estudiantes de La Plata y hacían "trabajitos" extras -pintadas, aprietes- para ese referente barrial.
Cuando Prellezo quedó tras las rejas, también cayeron su mujer, tres de Los Horneros -Auge se entregó días después-, otros familiares de los implicados y hasta el propio padre del policía. Hoy, con la prisión domiciliaria que le otorgaron al policía, sus días con brazalete electrónico transcurrirán en la casa de su padre Anastasio "Tasín" Linares Prellezo.
Su padre fue como una especie de tutor del hornero Auge. De ahí que el vínculo entre el policía asesino y Los Horneros tenga como nudo a este hombre. De hecho, días antes Auge había estado realizando trabajos de albañilería en la casa que Prellezo había comprado con Belawsky dos años y medio antes, en la calle Ripa Alberdi 1396, en la localidad de City Bell. Los policías se habían casado el 12 de enero de 1989 y tuvieron una hija que al momento del crimen pisaba los cinco años y que hoy ya es mayor de edad.
En esa casa estaba el Fiat Uno, propiedad de Belawsky, que Prellezo había utilizado el día del crimen de Cabezas. Le habían reparado el guardabarro delantero izquierdo, después del choque que protagonizaron con una joven en Pinamar, cuando nos seguían -sin que nosotros lo advirtiésemos- días antes del crimen.
Para ese entonces, hacía más de dos meses que a Prellezo lo había separado de la Policía Bonaerense, le habían quitado su chapa 14.871, le habían reducido a menos de la mitad su sueldo y su prontuario ya albergaba el peor de sus crímenes.
A trece años de peor crimen contra la libertad de expresión ocurrido desde el retorno democrático y a diez años de una sentencia ejemplar, ya no quedan más presos tras las rejas. Lo único que está en prisión es la ilusión de que alguna vez, en la Argentina va a haber justicia.
Sin embargo, pese a haber sido condenado a la pena de reclusión perpetua –se consideró como agravante su condición de policía- el 2 de febrero de 2000 y pese a que esa sentencia está ratificada por la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, hoy Prellezo vuelve al calor del hogar. Con prisión domiciliaria, es cierto, y bajo la argumentación de que necesita un lugar más saludable porque tiene una hernia de disco. Otra explicación judicial fue que "padece de una enfermedad que se ha agudizado en el último tiempo y necesita de un ambiente carente de humedad. Tiene problemas respiratorios y de artrosis".
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